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viernes, 11 de septiembre de 2015

UN AÑO DESPUES DE SACADOS LOS BIOPOLIMEROS

Ya pasó un año, que maravilla, un año en que aún me parece mentira que no los tengo, me veo las cicatrices y aun asi veo las piernas divinas, estan sanas, para mi es una dicha tenerlas sanas.

Volvi a maquillarlas con las mismas bases que las maquillaba antes, la tonalidad de las piernas queda pareja y la verdad, me siento muy a gusto, si se ven flacas o no ya pasó a la historia, no me importa para nada, lo que mas importa es que las tengo sanas. Punto.  Increible lo que el ser humano tiene que vivir para aprender a aceptarse.

A continuacion les muestro que va de aquellos huevos que despues fueron huecos. 






Sugerencias:

Si no te duele el sitio donde tienes puesto los biopolimeros y te permite vivir normalmente, trabajar o estudiar, date un tiempo mas sin operarte, si tienes dolor no dudes un instante en pedir ayuda, si vas a pedir ayuda pidela a un CIRUJANO PLASTICO REAL, puedes verificar por ti misma si pertenece a la sociedad de CirujanosPlásticos de tu país, de no hacerlo vas a arreglar un problema con otro problema el cual puede ser fatal.

Si por ahora no vas a operarte, empieza a ahorrar en un fondo para este fin, ya que necesitaras mucho dinero, hazte a la idea que una vez empiezas a operarte son minimo tres cirugias y se pueden ir a seis dependiendo de la gravedad. En estos momentos todo el dinero es poco, la recuperacion, la alimentacion especial, las medicinas....todo el dinero se hace poco! Asi que EMPIEZA A AHORRAR YA.

Con mucho cariño.  Gracias por leerme.

Shalom 








lunes, 13 de abril de 2015

LA FELICIDAD COMO SIMBOLO DE ESTATUS, por JULIAN CHANG

LA FELICIDAD COMO SIMBOLO DE ESTATUS

Foto NAna

Sonrisas tipo Colgate, imágenes de éxito y de aparente abundancia que necesitan compartirse en las redes sociales, símbolos de estatus que sugieren que la cima se logró o está cercana. Las tristezas y derrotas son inconcebibles para el ganador, la duda es el accidente del mediocre. El mundo es sólo para los fuertes, para los más aptos.

La búsqueda de la felicidad, inspiradora de éticas antiguas como la aristotélica, y de la escuela estoica que la asoció con la imperturbabilidad o ataraxia (similar a la ecuanimidad propia del budismo) se ha convertido, en los tiempos que corren, en la lucha por la consecución del éxito. 

Libros de autoayuda, autores que promulgan al logro como el pináculo del vencedor, frases coloridas pero vacuas en sustancia como “obtén todo lo que has soñado aplicando este método”, publicidad que exalta el tener y el acumular, y cursos variopintos cuya promesa de venta consiste en lograr la tan anhelada quimera, hacen parte del paisaje. 

Una vida “aspiracional” nos carcome mientras un descontento mudo y agónico se cuece a partir de lo que la vida cotidiana nos ofrece, segundo a segundo.

La consigna: ser feliz, es una obligación, un mandato de la modernidad. El dolor y la tristeza son emociones que tienen mala propaganda; a las derrotas y traspiés es mejor ocultarlos para que no afecten nuestra imagen. Pero en cambio, a las victorias hay que exhibirlas como trofeos; garantizan, eso creemos, respetabilidad y mayores probabilidades de aceptación. 

En esa negación de nuestras luchas y derrotas, olvidamos el caudal creativo que éstas implican. Como escribió Estanislao Zuleta, deseamos “…un océano de mermelada sagrada, una eternidad de aburrición…”, y olvidamos capitalizar nuestros miedos y fracasos, omitiendo nuestra capacidad de lucha, de replantearnos, de DUDAR; actos tan sanos que constituyen la compuerta para evolucionar a partir de la complejidad de la existencia. 

Escindidos, interpretando en términos de opuestos, distraídos por la cultura de masas, nos abocamos con vehemencia a la consecución del imperativo. Cada cual tiene su propio listado para medir la felicidad propia y ajena: oficio-cargo, ¿qué y cuánto ha conseguido?, ¿tiene familia, pareja?, ¿reconocimiento?, ¿dónde vive, en qué barrio?, ¿en qué círculos se mueve? 

Y en esa búsqueda desenfrenada por la felicidad surge una de las paradojas de esa manera de vivir: entre más no esforzamos por ser felices, más proclives estamos a la infelicidad, al vacío de no haber conseguido, de sentirnos inadecuados; porque siempre hay algo que falta…el futuro se proyecta como algo que vendrá a salvarnos. La utopía de un paraíso prometido. 

El exceso de felicidad sin respiro y la búsqueda adictiva a la segregación de dopamina y oxitocina, van en detrimento de la capacidad de asumir el dolor y el sufrimiento de una manera consciente y creativa. Y así no parezca, esta carrera alocada produce sombras a su paso. Se aviva un apego excesivo a la felicidad como receta, a la forma, a la imagen de victoria.

Y como todas las sombras, éstas buscan válvulas de escape, maneras de liberar su energía acumulada y reprimida. Pasarán su cuenta de cobro, posiblemente cuando cada cual se enfrente, en la vastedad de su conciencia, al silencio. Al inapelable, ineludible y poderoso silencio. 

Autores como Schopenhauer, Nietzsche, Cioran, Camus, Sartre y Fernando González, para mencionar algunos, señalan el dolor que está implícito en la existencia. El dolor es crecimiento; es señal de un sistema que se resquebraja y que puede dar el paso hacia un nivel más evolucionado. Puede ser síntoma de una visión que se agota y que quiere buscar nuevas luces. Claro, si no negamos y reprimimos.

Entonces, a la luz de una interpretación distinta de eso que se niega, de lo que asociamos con oscuridad, surge una posibilidad de entendimiento diferente tanto de eso que negamos, como de lo que queremos resaltar ante los demás. Y puede que la felicidad cada vez empiece a depender menos de los manidos estereotipos que tanto nos han vendido…y que hemos comprado diligentemente como buenos consumistas. 

Correo: julianchangcoach@gmail.com Twitter: @JulAChang

martes, 6 de enero de 2015